UN DUQUE…- I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"



UN DUQUE…
La cruz del negro, era la imagen de San La muerte. Obsesionado al extremo, se había tatuado su pecho con  imagen diabólica. Desde esa vuelta, entendió Ordoñez, que el daño que le habían causado en su vida de cortocircuitos múltiples y golpizas interminables, tendría un peaje caro.
Ser proxeneta, manejar mujeres para esclavizarlas no es un buen augurio de buena vida, ni mejor suerte. Pero ya estaba metido hasta el caracú, en el pantano de la trata. Había comenzado ayudando a un viejo comisario corrupto, degenerado. Y  el barro del descontrol lo había salpicado. Se  envenenó la sangre cien veces con enfermedades raras. Pestes que marcan. Y para cambiar de aires, era tarde. Entonces, volvía a la  moneda fácil del maltrato.
Feroz domador, se jactaba Esteban, de ser  proveedor de mujeres para prostíbulos costeros. Rutas de marinas mercantes. Tierra caliente para el negocio de la carne. Con sórdidos personajes de baja calaña. Rudos, brutos, prepotentes y tal vez, más despiados que los mismos reclutadores. Imbéciles que gozan dañando, eyaculadores precoces del desencanto y el destrato. Bestias humanas sin retorno. Enfermos de odios y despechos. Deudores eternos, mórbidos que sostienen sin pensar una mafia que los termina atornillando a una vida de miserias y descontroles. Pagadores de voluntades obligadas. Sobornadores, sobornados con mentiras, que viajan como un boomerang.  Champagne y cuentos. Terminan siendo arrollados, decapitados por sus propios vicios.  Taladrados por sus propias limitaciones.
Su cuerpo fibroso,  bien marcado con músculos llamativos de finas líneas, fue el anzuelo inicial que utilizó para abrirse camino. Al principio, atormentando a muchachos de pasos dudosos. En síntesis, un taxi de alquiler sexual. Un laburante del placer. Que tuvo momentos de buen vivir. Era un duque, sostenía Esteban.
Se cruzó una noche con Manuel,  comisario promiscuo, fueron inseparables. No solo era su valet personal, su amante, sino que además participaba en el negocio de la doma y del reparto.
Catorce hijos, contó Esteban, dejados al abandono. Herencia pesada para mujeres que no podían sostener la carga y los dejaban olvidados en sus pueblos. Al cuidado de sus abuelos o de algún depravado que se hiciera cargo para que la rueda del descontrol siga girando.
Golpes, torturas mentiras, enredos, sofocaciones múltiples para continuar con un estilo de vida que se resentía por los años. Aflojaba la pasión y aparecía el hartazgo. El cansancio obligaba a un reposo. Unas vacaciones saludables para recomponer fuerzas.
Enredado en sus propias debilidades no lo vio venir. Pasó lo que tenía que pasar. Fue a pasar unos días a La Banda, Santiago del Estero. A la casa de una de las sometidas. Lo recibieron amablemente. Hicieron un lindo asado, regado con buen vino. Siesta placentera y reparadora, se tiró confiado Esteban sobre un catre. Durmió un buen trecho. Jamás se despertó. El abuelo le alcanzó el hacha, y el chango, no dudó en descargar toda su fuerza, para cobrarse el sufrimiento de toda una vida. Ordoñez, cumplió su venganza para lavar el honor de su desgraciada vida.
ISIDORO GUIDROBROS

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