ENTRADAS - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

ENTRADAS

    Quedaban dos minutos para que empezara la sesión de mi película y llegamos casi a la vez, pero por cortesía dejé que pasara la otra persona.
    —Buen día, señorita —le oí saludar a la taquillera—. ¿Me puede desir qué película ponen en la sala 1?
    —La doncella —contestó la chica.
    —¿Y me puededesirde qué va?
    —Es un thriller de época coreano.
 
  Noté que la cola se iba poblando poco a poco. Ingrávida y majestuosa, una treintañera esperaba detrás de mí.
    —Ah, no. De ninguna manera. El sine coreano caresede prodyecto. Dyopor eso no voy a Corea. Me deprime visitar un país cuyo sine carescade prodyecto.
    —Bueno, pero ésta es también medio japonesa.
    En ese momento estaría comenzando mi pase.
    —Peor aún.
Al menos yo había leído la sinopsis previamente, así que, aunque entrara con un cierto retraso, podría seguir la trama.
    —Porque dyo estaba en Christchurch cuando susedió el terremoto y prefiero ignorar el sine japonés.
    ¿Qué tenía que ver el cine japonés con el terremoto en Nueva Zelanda? “Este hombre es capaz de refutar las cinco vías tomistas”, pensé para relajar los nervios, que ya notaba tensos: por mucho que hubiera leído la sinopsis, a uno le gusta ver las películas en condiciones.
    —¿Me puededesirqué ponen en las otras salas?
    —Perdone, caballero —adujo la taquillera—, pero es que está empezando a crecer la cola —la joven a mi espalda mantenía una expresión que era mezcla de incredulidad y sarcasmo.
    O dejarlas reducidas a un par de ellas: “Es que si Dios hubiera querido mostrar su existensia, no habría nesesitado las demostrasiones de Santo Tomás de Aquinó”, diría: verdaderamente yo necesitaba liberar el pensamiento.
    —Entonses, ¿no puede aconsejarme ninguna?
    Los demás espectadores comenzaron la mudanza a la otra taquilla, pero resultaba absurdo que yo lo hiciera, porque era el siguiente de la fila.
    —Créame que lo siento.
    —Bueno, deme una para la sala 3.
    Pasaban diez minutos de la hora de mi sesión.
    —Me la juego —continuó.
    El tiempo se estaba poniendo perro con una lluvia impropia de Málaga.
    . —Porque la vida sin riesgos es unapelotudés. ¿Viste?
    Doce minutos.
—¿Aseptan tarjetas de crédito?
    —Sólo efectivo.
    —De todos modos, no tengo tarjeta. Adyerresibí una carta del banco para renovar el contrato. Qué sé yo. ¡Un quilombo!
    No quedaba ya nadie en la cola.
    —Y es que ahora no tengo laburo.
    Sólo yo.
    —Pero acá no saben haserdulse de leche.
    Dieciséis. Tampoco me había abrigado demasiado.
    —Ni conosen la polenta.
    Dieciocho.
    —Grasias, señorita.
    Pude al fin pedir y quisepasillo, como siempre.
    —Centradas sólo quedan en las primeras filas —lamentó la taquillera—. Le puedo dar fila cinco butaca cuatro.
    Veinte minutos. El paraguas en casa, claro.
    —Esa misma —accedí.
    —¿Fila sinco?
    Cuando cogió su boleto.
    —¿Asiento cuatro?
    Todavía estaba ahí.
    —¡Nos ha tocado juntos!
    Veintitrés.
    —Mirá, vos.
    —¿Qué quería que hiciera, comisario?
    —Ya, pero debió comprobar que eran entradas para películas diferentes —respondió el policía.


Seudónimo:CALEIDOSCOPIA   

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