Comida china - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

Comida china.

Íbamos a cenar, él conducía, él adora conducir. Por mí bien, he pasado media vida en la calle y las manos en el volante me queman. El crío es pelirrojo y siempre sonríe, creo que tiene una vida perfecta; una mujer encantadora, dos chavales que le esperan al llegar a casa y un perro con pedigree al que lleva a concursos los
domingos. Siempre me pide conducir. Por mí bien. Está emocionado porque hemos cogido al malo, como seguro que dirá a sus hijos. Yo estoy empachado de cámaras y de periodistas, pero él no. Se siente orgulloso, piensa que es la recompensa por el duro trabajo realizado durante casi un año y le encanta disfrutarla. Parlotea en tono distendido y toma las curvas muy despacio, como si quisiera gozar de cada segundo de su vida; al pelirrojo le encanta llevar un coche de policía, se siente orgulloso, siempre quiere conducir. Por mí bien. Después de toda esta vorágine tengo que supervisar la instrucción de un sumario administrativo y he de empezar a plantear el asunto. El pelirrojo no calla, me pregunta si la estafa admite tentativa. Le contesto negativamente y añado que no soy juez. Se ríe, me dice que debería disfrutar un poco de la gloria. No sé de qué gloria me habla. Le apetece comida china y le consta que han abierto un nuevo restaurante en las afueras. Nos dirigimos hacia el lugar. Creo que sólo quiere ir allí porque el camino es más largo y él adora conducir. Siempre me pide conducir. Por mí bien, me da exactamente igual dónde cenar. Han solicitado un levantamiento de disponibilidad preventiva y aún no he contestado. Maldita sea, tengo una torre de trabajo sobre mi mesa, un año detrás de un canalla que por fin está entre rejas me ha consumido en exceso. Ya no tengo veinte años como el pelirrojo, que no calla y siempre pide conducir. Por mí bien. Detiene el coche en mitad de la nada, por la cara que pone creo que se ha perdido. Entonces no puedo evitar sonreír, le miro y me inspira nostalgia. Yo también era así hace veinte o treinta años, ya no lo recuerdo bien. El pelirrojo busca en el bolsillo de su pantalón, seguro que el teléfono para averiguar las señas exactas del restaurante chino, y yo me acomodo en el cristal absorto en la melancolía de la juventud perdida y las actas que he de rellenar esta noche cuando siento en la nuca un golpe metálico. El pelirrojo dice que no ha conseguido la libertad para su padre, pero sí va a hacerle justicia y me dispara. Él siempre me pedía conducir.


SEUDÓNIMO: Ciral.

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