Mortimer - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

Mortimer
Por Aminoplácido
 



Mortimer se sentó en la camilla, metió la mano en su bolsillo y sacó un paquete de cigarrillos. Me ofreció uno pero lo rechacé. Mientras lo encendía me miró de arriba a abajo detrás de la gruesa montura de gafas. Parecía que le gustaba lo que veía, una doctora de treinta y pocos que se cuidaba y que, además, le estaba prestando toda la atención. Mortimer no era un ligón, pero tampoco se amedrentaba ante la presencia de una mujer bonita. Intentó ser considerado al expulsar el humo hacia un lado.
—¿Cómo ha terminado en este lugar? —Le preguntó la doctora.
El hombre se encogió de hombros.
—La mala suerte, supongo.
—Tiene usted una herida muy fea detrás de la cabeza.
Mortimer se llevó la mano donde la doctora le señalaba. Al volverse dejó al descubierto una herida abierta y ensangrentada en el occipital.
—Ahora que lo dice, recuerdo que alguien me golpeó por la espalda. Era diestro, más o menos de alto como yo, y bastante fuerte. Un hombre, casi estoy seguro de ello. Se llevó mi reloj —y le enseñó la muñeca en la que se veía la marca de haberlo llevado puesto mucho tiempo—, pero conservo mi cartera y el dinero. ¿No es eso raro? Tampoco es que yo sea de llevar objetos caros. Mi ropa es normal, zapatos de mercadillo, ningún ladrón esperaría sacarme mucho partido.
—¿Recuerda usted lo que estaba haciendo antes de ser asaltado?
—Es una pregunta difícil. Lo más que puedo decirle es que estuve cenando en un restaurante chino media hora antes. Comí rollitos de primavera y cerdo agridulce acompañado de arroz blanco. La salsa era casera, con mucha miel y limón. De postre plátano flameado.
La doctora le señaló los zapatos.
—¿Y ese polvo blanco?
—Arcilla seca —contestó Mortimer—. Y es raro, porque en la calle por la que estaba había asfalto. No sé dónde pisé tierra, pero mire, hay una hoja pegada a la suela.
La puerta se abrió de golpe y un hombre trajeado entró sin pedir permiso. Fue directo hacia la doctora quien, en ese momento, estaba examinando la hoja al microscopio.
—¿Qué tenemos? —preguntó el hombre.
La mujer esbozó media sonrisa y le entregó el informe.
—Morti se ha portado bien, me ha hablado de muchas cosas. Lo más relevante es que movieron su cuerpo a otro lugar. No le mataron en la calle, sino en un descampado cercano a un restaurante chino y donde hay árboles de eucalipto.
El hombre miró extrañado a la doctora. Detrás de ella, en la camilla, yacía el cuerpo sin vida de la víctima.
—No te imaginas el mal rollo que siento cuando dices que te hablan los muertos.

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