El retorno - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"



El retorno
Joana Navas


He vuelto, apenas reconozco este derruido lugar consumido por el paso del despiadado tiempo. Las frías paredes estremecen hasta a los insectos que en ellas ahora habitan, siendo los únicos seres vivos que osan adentrarse en este lúgubre altillo. No hay decoración alguna, solo una deteriorada silla y un antiguo espejo
colocado deliberadamente en la mitad del habitáculo que muestra la decadencia sufrida por los vicios y la codicia de lo que una vez fue un hombre. Un espacio sin ventanas, imposibilitando que nadie del exterior pueda ser testigo de la atrocidad que está apunto de suceder.

Te preguntarás por qué, pregunta que en ocasiones ni las mentes más lúcidas son capaces de responder. No fue fácil encontrar el valor que me empujó a venir, pero descubrir que la venganza es el mayor consuelo del hombre te convirtió en el más codiciado objetivo.

La eternidad del tormento que tu alma arrastra por los pecados cometidos, al fin ha encontrado su impetrado final. Ya no hay cabida para tu miserable existencia. Tu temblorosa mirada no ablanda la mano que con firmeza esta soga agarra, pues no eres más que el reflejo de un hombre aterrado por su irremediable destino.
No me implores piedad, yo no soy dios, solo soy tu divino castigo.

Oyes el sonido del agua al caer del cielo creyendo que alguien llora tu mortal fortuna, pero ¿quién podría derramar una sola lágrima por una sombría y desdichada vida repleta de deplorables actos?

Asfixia. Cada palabra que mi voz alza carcome tu vejado ser. Pero, ¿que elección mejor que la mía para ser tu ejecutor? No cierres los ojos, no escaparas, hoy he renacido con el único objetivo de verte morir.

Recuerdos. Los recuerdos son los que me mantuvieron firme. Sonrisas, consuelos, abrazos, senderos por recorrer, la primera vez que rozaste esos hermosos y suaves labios, la torpeza con la que escribías tus primeras cartas de amor… ¡Maldito! ¡Lo quebraste todo! Cada gota de alcohol despertaba un animal que golpeaba sin cesar una asustada voz que balbuceaba basta. No te sirvió con arrancar de su vientre la criatura que ella más protegía, tuviste que traer el infortunio a todo ser que erró relacionándose contigo.

Una sombra irreconocible se postra junto a ti; el tiempo ha decidido no seguir caminando. Silencio. La viga que sostiene la soga obra su mayor esfuerzo para no quebrarse. Resiste – rezo. Un ruido sordo me revive, cae la silla. Comienzo a notar la falta de aire sintiendo que desfallezco, desvanezco...

Abro los ojos por última vez, el poder observar tu cuerpo inerte tambaleándose despierta la alegría de lo que un día fui: la conciencia de un niño.

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