Azar - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"


Azar
Demasiado tiempo abstinente de vida como es debido; salir a la calle formaba parte del reto. Iba a probar.  Le daban una oportunidad, necesitaba aprovecharla: viviría integrado en la sociedad. Cuando abandonó  el  psiquiátrico, y después la cárcel, se lo   sugirieron.
- Acostúmbrate al ruido de las avenidas, según lo consigas   empieza a buscar trabajo-.
 Era necesario convivir con  gente normal para continuar  el proceso.
Le hablaron de la importancia   de mostrarse tranquilo ante lo nuevo.  Imprescindible  para su autonomía. 
-Cada día será una prueba de principio a final-. Repitieron. No estaba seguro de superarlo.
 En esa primera salida lo   miraba todo. Comenzó a llover, los grandes charcos  le parecían pequeños mares que cruzar. Los niños saltaban sobre ellos con  energía.
-Son niños,  aprovechan  cualquier cosa para  divertirse-. Murmuró  mirándolos mustio.  Recordaba su propia niñez; durante tiempo la consideró extinta. Nunca la rememoraba; ahora estaba en aquellas risas    de la húmeda avenida.
La gente andaba rápida por las aceras. También los miraba como él.
Sus pequeños cuerpos desdibujados en el reflejo del agua, casas, edificios   y coches,  le parecieron cosas que acercan a la rutina. Recordó a sus amigos de infancia, y cómo  continuaran  sus proyectos sin él.
De pronto un brazo largo y delgado surgió de la multitud llamándolo por su nombre ¡Luis, Luis!  Agitaba  la mano  al fondo de una fachada esquinada. Lo saludaba. Era  una mujer joven, le gustó su estampa.
Para su sorpresa levantó la suya avergonzado. La abrió y cerró adornando el gesto con una sonrisa.
–Todo el mundo nos ve- pensó nervioso. Contuvo la respiración. Su mano velluda paró de moverse.
-Qué hago. No conseguiré dos palabras seguidas, no estoy preparado-.
La observaba pensando.  –Es buena hembra-.
Devolverle el saludo era emocionante,  le gustaba ese gesto. Lo repitió. Paró. Lo repitió. Enseguida se  vio  vulnerable. Cuando lo tuviera delante, a unos centímetros, aparecería su lentitud de reflejos, su  brusquedad,  y la torpeza de su cuerpo envejecido.
 -Tardaré en hablarle.- dijo para sí. Además, tampoco le apetecía averiguarlo, ni desvelar secretos del mundo del  que venía.
–Las mujeres te exploraran  con preguntas tontas y luego se imponen-. Murmuró agriamente al aire.
La mano levantada seguía ofreciéndole bienvenida. - ¿Me conocerá bien?, ufff, avanza   hacia  aquí-
En cambio él, cada vez más quieto, no acertaba a moverse ni a  buscarla.
-Esta  chica da un espectáculo   con   tanto ¡Luis, Luis! Eso no le gustaba.
Tenía prohibido lanzarse tan rápido a la vida;  no haría una excepción   ahora.  Aunque parecía llena de vida y corría en su busca.
Repasó de qué lo recordaría  ¿De su época de estudiante?; entonces era buen líder sindical. Ahora, un ex presidiario sin presente ni futuro.
La  chica llegó sonriente a su altura,  él la observó hasta   cuando pasó de largo y se abrazó a un tipo que la esperaba detrás de él parado en un  escaparate.
Luis apretó los dientes y el pequeño arma de su bolsillo. Se dijo decidido.
 -Vamos a ver que dicen ahora  estos dos fantasmas-. 


Seudónimo: Carlos

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