ASCETAS - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"
ASCETAS
Dos años hace que Cristina lanzó al pozo a su hijo único, Cirilo. No es coincidencia que las bandadas de mariposas negras y aves agoreras vuelen hoy más bajo y amenazantes.
Fue un viernes santo. Porque Cristina es fervorosa católica. Por eso es que ella nunca ha tenido ninguna duda sobre la resurrección.
Y es que, además, Cristina se conoce al dedillo la biblia y casi todas las interminables interpretaciones de la más variada, antojadiza y hasta hilarante índole, que sobre la misma hacen engolados predicadores y acólitos repetidores cual grabadoras o loros lastimosos. Luego, están los repetidores de acólitos...
Ahora también es viernes santo. Cristina cumple dos años exactos de permanecer parada a la orilla del pozo. Inmóvil. De pie, sí. Serena, sí. Sin queja, dudas, pesimismos ni parpadeos, sí. Y su Cirilito: a veintitrés metros. En el fondo del lodo pútrido. Lodo, y bastantitas osamentas, sí. Porque es en invierno cuando el abandonado pozo se convierte en residuo pantanoso repleto de cadáveres muy diversos: ruiseñores suicidas, unicornios, buitres vegetarianos, aves fénix decrépitas, fantasmas venidos a menos, hadas gambusinas caídas en desgracia y desuso, sirenas desahuciadas, minotauros prematuramente seniles, y -lógico- almas errantes e infelices, expulsadas de ciertos paraísos ultra tenebrosos...
En estos dos años de estricta vigilia, espera serena y abstinencia carnal completa, Cristina no ha derramado una sola lágrima ni ha permitido escapársele ninguna queja, mucho menos blasfemia. Pero ya comienza a sentir alguito de impaciencia y agotamiento. Sobre todo, en sus artríticas mano y pierna derechas. Y en su artrítica mirada. Y su artrítica esperanza. Aunque nada de todo ésto es para tanto, algo que pudiera hacer renegar y desesperar en extremo a Cristina la devota.
Cuando le comienzan comezones de impaciencia, asomos de desasosiego persistente, Cristina se acuerda del viejo Job y otros viejos místicos, de sabia paciencia y sabio masoquismo, que esperaron mucho más que ella, muchísimo más, sí, sí, sin flaquear ni dudar nunca de que los milagros son milagros, y llegan cuando ellos quieren y menos se les espera. Todo ésto, toditito, sí, sí, lo sabe muy bien Cristina. Y es por eso que de su artrítica lengua no sale nunca, nunca, nunca, siquiera una pizca de blasfemia, queja o cosa que se le parezca. No. No. Por más que vayan y vengan viernes santos. Por más que vuelen tan bajo y amenazantes las tales bandadas de mariposas negras y aves agoreras.
La Samarita, llaman a Cristina los entes policiales que desde entonces investigan la misteriosa desaparición de Cirilo. Incluso hasta han hecho campañas y propuestas al Vaticano para que sea beatificada.
Seudónimo:Iguí
Dos años hace que Cristina lanzó al pozo a su hijo único, Cirilo. No es coincidencia que las bandadas de mariposas negras y aves agoreras vuelen hoy más bajo y amenazantes.
Fue un viernes santo. Porque Cristina es fervorosa católica. Por eso es que ella nunca ha tenido ninguna duda sobre la resurrección.

Ahora también es viernes santo. Cristina cumple dos años exactos de permanecer parada a la orilla del pozo. Inmóvil. De pie, sí. Serena, sí. Sin queja, dudas, pesimismos ni parpadeos, sí. Y su Cirilito: a veintitrés metros. En el fondo del lodo pútrido. Lodo, y bastantitas osamentas, sí. Porque es en invierno cuando el abandonado pozo se convierte en residuo pantanoso repleto de cadáveres muy diversos: ruiseñores suicidas, unicornios, buitres vegetarianos, aves fénix decrépitas, fantasmas venidos a menos, hadas gambusinas caídas en desgracia y desuso, sirenas desahuciadas, minotauros prematuramente seniles, y -lógico- almas errantes e infelices, expulsadas de ciertos paraísos ultra tenebrosos...
En estos dos años de estricta vigilia, espera serena y abstinencia carnal completa, Cristina no ha derramado una sola lágrima ni ha permitido escapársele ninguna queja, mucho menos blasfemia. Pero ya comienza a sentir alguito de impaciencia y agotamiento. Sobre todo, en sus artríticas mano y pierna derechas. Y en su artrítica mirada. Y su artrítica esperanza. Aunque nada de todo ésto es para tanto, algo que pudiera hacer renegar y desesperar en extremo a Cristina la devota.
Cuando le comienzan comezones de impaciencia, asomos de desasosiego persistente, Cristina se acuerda del viejo Job y otros viejos místicos, de sabia paciencia y sabio masoquismo, que esperaron mucho más que ella, muchísimo más, sí, sí, sin flaquear ni dudar nunca de que los milagros son milagros, y llegan cuando ellos quieren y menos se les espera. Todo ésto, toditito, sí, sí, lo sabe muy bien Cristina. Y es por eso que de su artrítica lengua no sale nunca, nunca, nunca, siquiera una pizca de blasfemia, queja o cosa que se le parezca. No. No. Por más que vayan y vengan viernes santos. Por más que vuelen tan bajo y amenazantes las tales bandadas de mariposas negras y aves agoreras.
La Samarita, llaman a Cristina los entes policiales que desde entonces investigan la misteriosa desaparición de Cirilo. Incluso hasta han hecho campañas y propuestas al Vaticano para que sea beatificada.
Seudónimo:Iguí
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