ULTIMO SERVICIO - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

ULTIMO SERVICIO

 
Prieto paró su Seat blanco sobre la acera, encendido y con las ventanillas bajadas. Cerró de un portazo y se metió en el bar. La luz era tenue, en el interior apenas había visibilidad, algunas luces rojas
adornaban las estanterías con toda clase de bebidas, al fondo el camarero fumaba un cigarro dentro de la barra.
En el pequeño escenario una chica se quitaba el sujetador detrás de una barra vertical, mientras que en la sala, tres hombres la miraban. Tan sólo uno de ellos se percató de la entrada del viejo policía, al verlo sacó un papel del bolsillo, lo hizo una bola y se lo tragó con un sorbo de whisky.
Prieto se acercó hasta el camarero y pidió una cerveza. La cogió entre sus manos y sin alzar la cabeza habló.
—Aquí no se puede fumar.
—Lo sé. Si te molesta vete al otro lado de la barra.
—Busco a Hakuro —dijo Prieto sin importarle la contestación, mientras sacaba un cigarro de su chaqueta de cuero, que después encendió.
—No sé de quién me hablas —dijo el camarero.
—¿Me tomas por estúpido?—dijo Prieto mientras bebía un trago.
—¿Quién le busca? —preguntó de nuevo el camarero, cuando un joven de apariencia asiática se acercó hasta los dos por detrás y sin posibilidad de reacción registró al visitante, al que descubrió un revólver. Se lo quitó y se lo guardó en su cintura.
—¿Qué pasa inspector? Hacía tiempo que no venía —dijo el asiático.
—Uno de tus matones me ha quitado algo, va a morir —dijo Prieto mientras tiraba el cigarro al suelo y lo pisaba con la punta de la bota.
—¡Ey, que somos amigos! —dijo Hakuro, mientras se giraba para contemplar cómo el hombre que se había tragado la bola de papel, se revolvía en el suelo, pataleaba y expulsaba espuma por la boca.
—Ahora ya sé quién fue —dijo Prieto mientras recuperaba su pistola. Un golpe seco en la nuca fue suficiente para dejar inconsciente a Hakuro, posteriormente dos tiros certeros acabaron con los espectadores, tras lo cual apuntó hacia el camarero.
—No dispares, por favor.
—Te dije que aquí no se podía fumar —fueron las palabras de Prieto antes de disparar a la frente del asesino de bailarinas.
Prieto arrastró el cuerpo de Hakuro hasta la cocina, allí le maniató y amordazó frente al microondas. Después vertió gran cantidad de las botellas alcohólicas por el bar, se encendió un cigarro, y lo lanzó a las cortinas del escenario que no tardaron en incendiarse. Antes de marcharse, introdujo su placa en el microondas y despertó al asiático, giró la rueda hasta los cinco minutos y salió del bar mientras escuchaba el crepitar de las llamas y el chirrido metálico de la placa calentándose y a punto de explotar.
“No tengas miedo, ahora cuenta todo lo que sabes, la sentencia ya está dictada”, le había dicho a la bailarina protegida que en esos momentos declaraba aterrada ante el juez.

JoF

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