RESTOS INFORMES - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"


RESTOS INFORMES


Hablaré, de lo que me salió al encuentro la noche que volví a la casa de mi infancia. De ella, sólo recordaba una escalera de pronunciada curva y mi habitación.
Al abrir la puerta, carcomida de óxido, apenas asegurada con
cadena, salió a mi encuentro una anciana baja, con vestimenta  mugrosa, pelo gris despeinado. Sujetaba una linterna en su huesuda mano artrítica que, más que mano parecía una garra
 -Adelante –dijo
- Me conoce- pregunté.
 Contestó – Adelante, ya tendremos tiempo de hablar.
Era inquietante el estado de la sala en penumbras, llena de mal olor, de ese olor que sólo produce la descomposición de mugre acumulada durante años. Recordé  el lugar del interruptor ¿por qué razón no estaba encendida la luz? Me acerqué y a punto de alcanzarlo, enérgicamente la anciana tomó mi brazo. Con un movimiento brusco la obligué a soltarme, lo que ocasionó la caída de la linterna. Entonces vi en el piso, trapos, diarios, plumas… nidos de ratas.  A punto de echarme atrás, como si me hubiera metido en un sitio prohibido, la vieja volvía a tener la linterna  en la mano y alumbraba la escalera, con lo que consiguió vencer mis recelos y seguirla.
Cuando dijo, girando la cabeza  –Tardaste en regresar- pensé: más  que humana, parece un ET introduciéndome en su nave.
Anduvimos por habitaciones con paredes  sin revoque, como mordidas por roedores. Hasta que, bajo la luz de la linterna, entre capas de polvo, en un ambiente aparecieron mi cajita de música, mis muñecas carcomidas, la cunita con cojín  deshecho,  y sobre el piso,  crines junto a abundantes inmundicias de ratas.
  Recordé el día en que tumbada sobre el cojín, comiendo una empanada, algo rozó mi mano… un ser peludo que  con la boca  muy cerca de la mía, lanzó un chillido.
 Recordar el roedor comer el alimento caído de mis manos, y ver, iluminada por la linterna, los pelos sobre el labio superior de la anciana, cubriéndole los incisivos, me causó la misma sensación.
Sobre la cuna, había un travesaño desprendido, al intentar acomodarlo,  la vieja lanzó un alarido apenas humano y salió del cuarto llevándose todo por delante. Pensé ir tras ella, pero la oscuridad me contuvo. En su alocado escape la oí rodar por la escalera, luego, el silencio se hizo total.
Fue imposible determinar el tiempo hasta que  el clarear del alba me animó a descender, lo hice trabajosamente,  tomada de la baranda.
Busqué el interruptor, rogué funcionara, encendí la luz…no me es posible aún  liberarme de la sensación producida al apartar la ropa, llamémoslo así a los trapos que cubrían eso, sí eso,  porque no había rastros de la vieja, en cambio vi dos diminutas manecitas, huesos de rata, vi afilados incisivos y un cráneo con un chorro de sangre seca, sangre que volvió a contaminar mi mente con el recuerdo de aquella  rata que comía mi empanada y a la que yo había destrozado la cabeza con el travesaño de la cunita.

Encarnación

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