EXTRAÑO DESTINO - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

EXTRAÑO DESTINO.
N. Exvil


 
No soy yo, más el destino me trajo a este lugar. Hubiera preferido no llegar, más no puedo evitarlo, estoy aquí. Te estoy observando sentada en aquel bar, viendo tu sonrisa junto a él y lo siento. No hay más. Preguntarás por mis motivos, más no los tengo, solo debo hacerlo. Sigo la vigilancia, ella se ausenta de la mesa. ¿Dónde irá? Tal vez, debiera aprovechar para entrar. Pero espero. Él se marcha,
debe ser un lerdo, pues te deja marcharte sola en la oscuridad de la noche. Momento en el que aprovechó, para tomarte delantera. Te espero a pocos metros, te observo desde lejos. Pretendo hacerme el casual, que no presientas lo que te espera. Tu, ignorante, no te das cuenta, será que desconoces que tu fin está cerca. Choco contigo como si no te hubiera visto. Tú me miras y nuestros ojos se encuentran durante un segundo, pero entonces te das cuenta. No fue conmigo con lo que chocaste, la fría daga se ha hundido en tu cuerpo. Solo pronuncias un ¿Por qué? Aunque dentro de tu ser algo lo sabe. Solo soy un sicario, te contesto y me marcho de allí lentamente. No es una herida certera, es cierto, más no será eso lo que te mate, sino el veneno que en su hoja va vertido. Su efecto es lento, ella tiene tiempo de sacar el móvil. Sabes que aun tienes tiempo. Lo llamas a él, te escucho nombrarlo. Y entonces vuelvo a tu lado. Algo dentro de mí se apena de tu hecho. Él ha confesado ser el causante y tu rota de dolor lloras desesperada. Me muestro débil, por primera vez. Ahora comprendo que te dejara sola. Vuelvo a tu lado y te consuelo y me pides que acabe pronto con tu dolor, más no puedo, el encargo es claro, él pide tu lamento, no puedo romper el trato por el que he cobrado. No nos conocemos o eso creo, más siento que siempre has estado cerca. ¿Quién eres? Preguntó. Ella responde con su nombre y entonces lo entiendo todo. Era cierto que me sonaba, pero hacia tanto que no la veía que no me acordaba de ella. Llamo a la ambulancia, aunque sé que es tarde, que no se puede hacer nada. Quizás debí preguntar antes su nombre, pero jamás hubiera pensado que ha quien iba a matar era a mi hermana. La policía llega, he de irme, pues quedarme no servirá de nada. Le cojo la mano, la estrecho entre mis brazos y le beso en la frente. Mientras le pido que me perdone. Ella no sabe quién soy, entonces se lo confieso, pero no dice nada. No hacen falta las palabras, para tan alta traición que siente su corazón. Me marchó, la dejo allí tirada. Las sirenas se acercan raudas. Yo cuan fantasma me esfumo, aunque nunca olvidaré que yo mate a mi hermana.

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