El abogado defensor - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

El abogado defensor
 
Cuando recibió el emplazamiento acudió a su hermano, que se movía entre leguleyos como pez en el aguapor sus muchos escándalos yle facilitó el teléfono de unabogado.
Alicia padecía amnesia anterógrada justo desde el día del suceso,pero nadie la creía porque no encontraron golpes ni
fracturas que le pudieran causar un trauma cerebral. Solo un gran shock al presenciarlo.Había asistido a un incendio provocado mientras regaba sus macetas. Alguien había bajado de una furgoneta con un bulto, lo había depositado en el suelo, lo había rociado con gasolina y luego había encendido un cigarro preocupándose de que la colilla prendiera en el saco, justo cuando este empezaba a pedir socorro.
Eso se supo después, cuando los bomberos sofocaron el fuego y entre las brasas encontraron un cadáver y el forensecomunicó que era Margarita Flórez, desaparecida esa misma tarde. Porque Alicia no pudo abrir la boca, ni entonces ni durante un tiempo, y allí la encontraron los servicios de emergencia con la regadera vacía, los zapatos encharcados y la mirada fija en el hilo azul de la humareda.
Alicia fue interrogada a conciencia, pero poco pudo sacarse de ella. Era desesperante, tener la solución tan cerca y no poder hacer nada, cuando ella había tenido al asesinoenfrente, el rostro atravesado por cicatrices, cuatro pelos cruzándole el cráneo, las gafas anticuadas, el cuerpo encanijado. Ella solo recordaba que ese día las buganvillas estaban secas y el sol dibujaba en la hierba una maraña de luces y sombras.
El abogadola escuchó con compasión.Toda aquella vida borrada para siempre, los restos del pasado quemados bajo el sol, el presente reducido a dos o tres minutos en los que no recordaba si había echado la salen el guiso. Apuntó el nombre de su médico para solicitar un certificado que la invalidara para testificar.En la vista lo explicaría todo y podría regresar a su apacible olvido.
Llegaron al juzgado. En la puerta el abogado se paró a saludar. A ella le incomodó aquel tipo,los cuatro pelos cruzándole el cráneo,las gafas anticuadas y la maraña de cicatrices atravesándole la cara. «Es Remigio Salvatierra, amigo de tu hermano». «Ya nos hemos visto antes», sugirió el otro. «¿No lo recuerda?».
Alicia palideció mientras el hombre la observaba como esperando alguna muestra de que lo había reconocido, de que de repente se le presentaba la escena del crimen, la furgoneta deteniéndose y Remigio Salvatierra prendiendo el cigarro y mirándola fijamente entre el color de las buganvillas y el olor a quemado y el grito del bulto de la niña. Todo eso se le representó mientras se despedían para entrar en la sala, aunque el tal Salvatierra se empeñó en acompañarlos hasta la puerta fingiendo una caballerosidad que igual tenía en sus buenos momentos, no cuando practicaba como asesino y como pirómano, sino cuando ejercía de abogado defensor de su propio hermano, detenido varias veces por escándalos pero nunca hasta ahora sospechoso ni cómplice de tan brutal asesinato.



Fausto

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