Del otro lado del cristal - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

“Del otro lado del cristal”

Con la crisis en constante aumento, corrían tiempos exageradamente difíciles: no era buen momento para invitar whiskys. Sin embargo, aquellos dos hombres trajeados comían opípa-ramente entre tragos regalados de manera espléndida. Entre
comentarios del trabajo de cada uno y bromas de amigos, degustaban los manjares en turno, siempre diluidos por el aroma etílico de sus bebidas. Por sus formas de vestir, sus maneras y gestos, cualquiera diría que eran dos individuos exitosos, trabajadores, confiables. Y podrían tener razón.
    Situados detrás del ventanal de uno de los bares más onerosos de toda la ciudad, no repara-ban en demostrar su poder ante los pocos transeúntes que pasaban por la fastuosa avenida. Por aquellos lares, las clases medias y bajas no pasaban, por lo que estaban seguros, además que sus guardaespaldas esperaban bien camuflados en puntos estratégicos a la espera de cualquier movimiento en falso que pusiera en peligro la vida de cualquiera del par de magnates.
    De pronto, uno de ellos dirigió su mirada hacia una madre trabajadora que llevaba de la mano a su chiquilla de apenas unos diez años de edad, quienes pasaron caminando por la acera de enfrente. La mujer en un traje sastre entallado, la mocosa en un vestido holgado sin mayor chiste. Ahí mantuvo sus ojos unos instantes… Aquellos que hubieran seguido su mirada escrutiñadora durante ese tiempo, supondrían un interés sexual en la fémina de torneadas for-mas. Y podrían tener razón.
    Su amigo se dio por enterado y dirigió sus ojos al mismo objetivo. Ambos sonrieron como lobos que atisban una presa posible. Y ambos se relamieron para sus adentros.
    —Linda la criatura, ¿no te parece? —dijo el uno.
    —Bastante. —contestó el otro.
    —Yo sí me la chingaba.
    —Con esas nalguitas tan tiernas, ¿quién no?
    —Y pensar que apenas tiene diez añitos, la nena.
    —Eso es lo mejor.
    —Lástima que no va sola…
    —Sép, ¡qué lástima!
    Para su buena fortuna, madre y niña desaparecieron de su pérfida vista. Ambos suspiraron; volvieron a su comida frugal como si nada hubiera pasado, recordando pasadas conquistas que a más de uno hubieran escandalizado por tratarse de víctimas en edades no permisibles.
    Cuando terminaron, pagaron la amplísima cuenta, agradecieron el servicio con una escan-dalosa propina, y cada uno se dirigió hacia su trabajo. Uno enfiló su automóvil hacia el Con-greso del Estado: era el representante oficial del la Comisión Nacional por los Derechos Humanos. El otro se dirigió hacia las afueras de la ciudad: era el principal miembro de la mafia mayor de la ciudad: “la famiglia redentivo”; causantes directos de que el actual presidente se encontrara en el poder.
    Y así, por sus trabajos y sus formas de vida más que por sus gestos , sus maneras, o sus formas de vestir, cualquiera diría que son dos depravados sexuales sin escrúpulos, asquerosos, deleznables, con la mente y el alma más podridas que jamás se han visto… ¡Y seguro tendrían razón!



Seudónimo:Cardenia

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