Ay voz secreta del amor oscuro - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"


Ay voz secreta del amor oscuro
Bregreña


Una sirena interrumpe los murmullos; el capitán voltea para ver quién es el desubicado que llega tarde y todavía se hace notar. Identifica al conductor, un novato. Lo olvida, se concentra en la escena, donde circulan especialistas y fotógrafos. Ya han retirado el
cuerpo de Anselmo Marini, rumbo a una autopsia que no podrá borrar la impresión inicial; el cuerpo lacerado y sangrante, habla de crimen pasional –terminología criticada en estos tiempos. El capitán observa las entrevistas a los vecinos, que hacen en simultáneo una agente y dos empleados de la fiscalía. Luna nueva, alumbrado escaso, un sauce ocultando la puerta principal, arma blanca; por una vez creerá que no han visto ni oído nada. Y sin embargo, alguien llamó a la policía, el cuerpo estaba caliente cuando ingresó el patrullero y su compañera. Uno entre ellos sabe de qué se trata.
El capitán se acerca a la agente Pirna. Concienzuda, de piernas firmes y mentón cuadrado, masculino. Semblantea a quien está diciendo que Anselmo Marini era un gran vecino, su familia era muy apreciada en el barrio. Bravo, la joven de cabello envuelto en un turbante de gasa ha contagiado la muerte a la señora Marini y sus dos hijos. Se aparta, es en vano ese método para descubrir a quien llamó; tal vez encuentren sus huellas en la casa, si es que ingresó y se topó con el crimen. Se apoya en una columna, falta la parte más penosa de la tarea, enfrentar a la familia; estima que llegarán en menos de dos horas, han vuelto de su excursión al mar por el peor de los motivos. Decide que tiene suficiente y sube a su coche; la llamada la recibió Durán, un veterano. Un hombre, un hombre suave. Son los nuevos tiempos, antes hubiera dicho un maricón.
La comisaría está desierta, sólo Duran sigue estólido ante el mostrador de mesa de entradas, aguardando por nuevas denuncias. El capitán se toca la sien, el otro se cuadra y, al mismo tiempo, le señala a un hombre que no había visto, en el esquinero de la sala de espera. Lo hace pasar al despacho, el hombre llora. A la luz, ve sangre en sus manos. “Me mintió, no pude soportarlo. Juró que se iría conmigo pero lo atrapé justo, cuando salía corriendo para irse a la playa con la mujer. Le había avisado, le dije que no le perdonaría otra mentira.”
El capitán comprende quién ha llamado. Ese amante negado, ese que vivió en las sombras, hundido en el silencio, hasta que el grito de su naturaleza fue tan fuerte que no pudo dominarlo. El asesino adelanta las manos, las deja sobre el escritorio, juntas. El capitán llama a la guardia. Quedan callados, sin mirarse. Aparecen dos agentes adormilados, lo esposan y lo llevan. El capitán no queda satisfecho con la resolución; le falta enfrentar cara a cara a la viuda y contarle de ese amor furtivo. Casi hubiera preferido un caso irresuelto.

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