Sesión de tarde - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

Sesión de tarde
Encima de la cama hallé el cadáver ensangrentado y mutilado de la chica, con el carmín de labios restregado con saña sobre la cara y
los ojos en blanco, en la súplica amarga de quien sabe que nadie murmurará un rezo por su alma. Yo ya sabía que la chica iba a aparecer muerta. Ya se lo advertí a Javier. Y ahí estaba. ¿Lo ves? Él me hizo callar, y ante aquella horrible visión me zampé las palomitas con fruición para ahogar los gritos. Cuando me las acabé, ante la incertidumbre de no saber cuándo aparecería el asesino de nuevo, arremetí contra mis uñas.
Estaba tan nerviosa que la cervecita de antes de entrar hizo de las suyas y aunque me resistí, tuve que salir urgentemente al baño. El terror que experimenté ante aquellas escenas escalofriantes, y la música, acechante como un puñal a mi espalda, surtieron el efecto en mí como una droga, y en mi enajenación, me llevé el cadáver de la chica conmigo. Su cabeza cercenada flotaba en el retrete, y por más que lo intenté, no había forma humana de hacerla desaparecer. La  sangre salía a borbotones, y chorreaba por las paredes y el suelo como tiznajos de grafiti hechos sin esmero.
Apenas se oía el murmullo acerado de la banda sonora, retumbando en las paredes como el bombeo de un corazón a punto de perecer. El parpadeo del fluorescente tampoco ayudaba mucho, y por alguna extraña razón, comencé a tener la sospecha de que no estaba sola. Alguien me vigilaba. Podía sentir perfectamente el movimiento de sus ojos en mi nuca a cada paso. Incluso creí llegar a verle en un rastro de sombra por entre los espejos.
Entonces sentí moverse muy despacio el manillar… Y antes de que mi escalofrío pudiera estallar en un aullido sordo, la puerta se abrió con un golpe seco a la vez que todo quedaba a oscuras.
El miedo me paralizó. Tenía el estómago en un puño y sin tiempo a emitir un mínimo quejido de auxilio, unos brazos me zarandearon y sentí unas manos en el cuello que me impedían respirar. A punto de desvanecerme, fue entonces cuando la luz volvió a parpadear fría sobre los azulejos, impolutamente blancos. La niña que entró entonces se quedó quieta, mirándonos.
–Se acabó. ¿Nos vamos? –me dijo Javier, solícito en levantarme.
Ya para entonces la chica había vuelto a la pantalla, intacta a la espera de la sesión de las diez. 


Seudónimo: Otoño

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