PRELUDIO DE UNA MUERTE - - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

PRELUDIO DE UNA MUERTE
Niúrin Elvenstar

 


Después que lo acorraló en el callejón, seguro le golpeó el rostro hasta ahogar sus gritos. Cuento siete, diez puñetazos quizás... Sí, diez. Porque antes del décimo imagino le suplicó se detuviera, pero su bota le rompió la quijada. Por la sangre sobre la basura, negra ante el preludio del invierno, presumo que las voces en su cabeza enmudecieron. Ignoro porqué abandonó el cadáver detrás del prostíbulo; también porqué lo despedazó entero, arrojando los miembros al apetito de las ratas. Es extraño. Tengo tantas preguntas cuando, en realidad, es que ni siquiera es mi primera muerte, tampoco la segunda. Resolví, durante años, tantos asuntos como oficial de la Policía Secreta, sólo que ahora, la muerte resultó personal. La noche casi acaba. Este asesino cuidó los excesos para ignorar su rastro. Se afeitó la cabeza para prescindir de cabello; usó guantes para desaparecer las huellas. Incluso desvaneció su calzado hasta deshacerlo. Quién lo diría. Transformó sus manos en navajas y convirtió el asesinato en su deporte.
 



  El color de la noche le regresó intenso, tan intenso como si cerrara los ojos. Si las voces en su cabeza enmudecieron, no lo sé. Pero seguro volvieron después de los ladridos en la calle, cuando al cortar la cabeza y manos de su víctima, los dos forasteros a mis pies, descubrieron sus asuntos, señalando con asombro la sangre alrededor. Imagino se asustaron, profirieron amenazas mientras lo rodeaban. Supongo que sus insultos crecieron la tensión que encendía el espectacular erótico en la callejuela. Quizás el asesino permaneció inmóvil ante sus miradas silenciosas, y, antes de recibir una paliza, desbarató con un golpe la garganta del primero. En cuanto al segundo, seguido de un escándalo, intentó clavar esta navaja en sus costillas, pero recibió un disparo de su revólver. Quiero pensar el sonido resultó tan seco, que la oscuridad se lo tragó igual a un eco descalzo. Entonces buscó el casquillo en el estiércol mientras oía las suplicas del agresor sobreviviente hasta que lo arrojó al basurero, donde lo apagó con otra bala que le reventó el cráneo. Tal vez las voces se fueron. Y miró el cuerpo descuartizado de la mujer. Tomó una fotografía y permaneció, solo donde alumbra el prostíbulo la palabra sexo.

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