Negro, blanco, gris. - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

Negro, blanco, gris.
De Elio Villanúa.




El cierzo atropellaba las ramas de los árboles del paseo.
El sonido intermitente del teléfono  interrumpió los pensamientos del inspector Blázquez. «¿Sí?…bien...ya…ahora voy». Cuando llegó al parque «Luis Buñuel», el viento empujaba cargados y oscuros  nimbos.
-    ¿Qué ha ocurrido?- preguntó Hernando Blázquez.
-    Una mujer raptada.
-    ¿Paseaba a su perro?
-    Sí. Puede ser tu hombre. Me preguntaba si en tu lista de pirados tienes ya  algún sospechoso.
-    No hay nada  todavía.
-    Blázquez, te noto cansado.
Hernando Blázquez exhibió una mueca de fastidio. Al inspector no le agradaba intimar con los compañeros.
-    Envíame el informe.
-    Lo tendrás hoy en tu despacho.
Tampoco le gustaba la palabra «pirado». La experiencia le había enseñado que algunos se amparan en la locura  para cometer todo tipo de atrocidades; pero no son desequilibrados, simplemente son malvados.
Comenzó a lloviznar.
Una capucha  cubre su cabeza. Tiembla. El frío le punzalas manos. Las ropas mojadas se pegan a su cuerpo insinuando una figura  femenina.
Los gemidos lastimeros de su perra minan su escasa entereza; siente el terror del animal,pegado a suspiernas entumecidas. Alguien tira de la capucha. Una luz mortecina apenas ilumina el sótano. Una figura masculina se recorta en la tenue luz.
Los aullidos desgarrados  de la perra saturan el húmedo aire del sótano.
En el rostro de la figura masculina se adivina la mirada fría y libidinosa de un alma retorcida.
Un fuerte olor  a heces hiere la pituitaria de la mujer. El hombre se acerca. Agarra el perro. Lo arrastra hasta un banco  de trabajo. Martillos, sierras, cuerdas y otras herramientas, le confieren la aparienciade  un  potro de tortura.
Amarra al animal.  El pobre bicho chilla. El hombre agarra un martillo. Lo eleva por encima de su cabeza y…
-¡No! ¡Por favor! ¡No!- suplica la mujer
Una mueca, algo parecido a una sonrisa aparece en el rostro del hombre. Saliva, se dilatan las pupilas, enrojecen sus mejillas. La súplica de la mujer, el sufrimiento de su voz, lo excita. «Si acabo con el perro ahora, no podré volver a disfrutar otro instante como este». Piensa la mente enferma. Baja el martillo. Suelta al perro y lo ata de nuevo a la pierna de su dueña. El sufrimiento y dolor de ambos le produce placer. « Con esto tengo suficiente…para un rato…de momento... Ya volveré más tarde».
El cierzo cede, la lluvia arrecia.
En la unidad de investigación de perfiles sicológicos, el inspector Blázquez estudiaba el dosier. El caso del Asesino de Mascotas, como lo habían bautizado en la prensa, estaba empezando a afectarle en lo personal. La crueldad y ensañamiento con los animales había hecho mella en su endurecida psique de policía. Siempre tenía presente el consejo que un amigo  le dio una vez: «cuando se trabaja con monstruos, hay que tener cuidado de no convertirse en uno, mucho cuidado…»
El sol se oculta. Los espíritus retorcidos se preparan para otra noche de cacería.

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