LA PUERTA - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"
Antes de abrir la puerta comprobó que su revólver aun estaba junto a su mano derecha mientras la música de Piazzolla se disipaba como un susurro melancólico más allá de las escaleras del primer piso. El viejo hotel La perla ya había perdido su antiguo esplendor a fuerza de matones, apostadores en la ruina y contrabandistas que
se refugiaban cuando la policía merodeaba el puerto de Bueno Aires. Llegó allí gracias a las palabras de un viejo marinero, que según dijo, había visto entrar al senador con una pelirroja. Tenía la extraña sensación de estar en el lugar equivocado y sentía, de a momentos en su boca, el dulce sabor de la muerte.
No podía quitarse de la mente el cuerpo de aquella chica asesinada y arrojada en un conteiner, ni las declaraciones del senador en las noticias, los extrañas movimientos que había observado en el casino y muchos menos la risa nerviosa del vagabundo que en la calle le tocó el hombro y le dio un papel arrugado donde había escrito:
HOTEL LA PERLA. HABITACIÓN 58. SALUDOS AL SENADOR
Rápidamente confirmó que la mirilla del la puerta estaba opaca y enmohecida. El número de la habitación colgaba de un extremo a punto de caerse. Se acordó otra vez de la pelirroja y de la suerte que había tenido. No lo merecía, pensó.
Sacudió con violencia el picaporte que deprendió polvo y un oxido de décadas. En frente suyo se desnudó una habitación desierta, con el piso imitación mármol extremadamente limpio y un espejo en medio. Casi como un soplo imperceptible vio moverse las cortinas. Corrió hacia la ventana inútilmente: sobre la calle el cuerpo del senador se comprimía contra el asfalto.
Se acercó al espejo y leyó susurrando las palabras que tenía escrita: el infierno es el revés de la luz. Un golpe seco dejó a la habitación completamente oscura.
Al día siguiente la noticia solo apareció mencionada en los tabloides más sensacionalistas. La ciudad había devorado esa noche con extrema avidez.
Humberto Páez.
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