EL PROFESIONAL - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

                                                                                   

EL PROFESIONAL     
Jamba
    Mientras su ayudante llevaba el equipo hasta la habitación, Jhon salió de la furgoneta con desgana y se acercó al coche patrulla que custodiaba la entrada del motel.
    -Buenas noches, Jhon.
    -Sheriff.
    -Gracias por venir a estas horas.
    Jhon asintió con indiferencia.
    -Los de la científica se han ido ya. Parece un suicidio así que tienes vía libre.    
    -Perfecto. Ya le enviaré la factura.
    -Dásela a Molly, como siempre.
    -Eso haré, señor.
    -No acabéis muy tarde. Adiós.
    Tras ver como el coche patrulla se perdía en la noche, Jhon se encaminó hacía la habitación. Sus botas se hundían en la nieve con dificultad mientras Eric, impaciente, le esperaba pateando con fuerza los pies contra el suelo.
    Tras rellenar el formulario, el agente que custodiaba la entrada huyó al refugio de una cafetería del otro lado de la calle. La habitación era pequeña y su decoración, pasada de moda. Al lado de la cama, una silueta de sangre reseca les recordaba su cometido.
    -¿Baño o dormitorio?-preguntó Eric.
    -Para ti el baño.
    Se puso un poco de gel de menta bajo la nariz y se ajustó la mascarilla. Retiró la cama hacía un rincón esperando que la sangre no hubiese calado. Con un cutter cortó un pedazo de moqueta y confirmó su peor pronóstico. Empezó a sacar los muebles al exterior y luego levantó la moqueta de toda la habitación. Había pasado una hora.
    -Voy a por un café, jefe- afirmó Eric- ¿Quiere uno?
    -No, gracias- afirmó- Antes de irte, enrolla esta mierda y llevala a la furgoneta.    
    El joven asintió y se marchó, dejándole a solas mientras preparaba su receta secreta de solución jabonosa. Tras empapar bien todas las zonas visibles, sacó la lámpara sutter y repasó a conciencia todas las salpicaduras. Repitió la operación varias veces hasta que en aquella tarima no quedó ningún rastro biológico. Satisfecho, miró su reloj mientras se asomaba por la ventana. Era tarde y no había ni rastro de Eric, que a buen seguro estaría tirándole los tejos a alguna camarera inocente. Suspiró resignado y mientras le esperaba, entró a revisar el baño. Pasó la lampara y tampoco encontró ningún rastro. Impecable.
    -Te he enseñado bien, chico.
    Aunque no era demasiado ético, la necesidad le llevó a abrir su bata, bajar la cremallera del pantalón y aflojar su vejiga. Mientras observaba el fondo de la taza, un pequeño objeto plateado brilló en su interior. Se colocó de nuevo sus guantes y metió la mano. Un segundo después, una pequeña pieza en forma de letra "J" reposaba burlona en la palma de su mano.
    -Sin duda, hoy es mi día de suerte.
    Levantó con cuidado el borde de su guante derecho y comprobó que en aquella pulsera, regalo de su esposa, faltaba una letra de su propio nombre. Meneo la cabeza con preocupación.  Todavía le restaban dos más para la docena y si quería llegar, no podía cometer errores tan infantiles como aquel. Él era un profesional.

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