DECISIONES TURBIAS - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"


DECISIONES TURBIAS
Malena Burgos

Todavía estaba tratando de descifrar ese extraño brillo en la mirada de mi compañero cuando caminaba hacia el cuerpo que yacía a orillas del río.El cielo, encapotado, se encaprichaba en retener su llanto. O, quizá, no le doliera la muerte de la joven de cabello negro y rasgos indígenas. Eso era algo que nadie podía saber, ni siquiera
el padre Güemes, que, aparte de representante de Dios en la Tierra, había sido en único testigo ocular del asesinato.Me acerqué al clérigo y, sin mediar presentación alguna, comencé a interrogarlo… Me explicó, con voz temblosa y maneracrispada, lo sucedido. Le permití marcharse a su iglesia, una pomposa construcción estilo neobarroco erigida dos cuadras hacia el este. Me acuclillé junto al cadáver y vi una especie de cruz pintada sobre el pezón izquierdo de la mujer. Pensé en las decenas de sectas que se habían arraigado en el país. Mi compañero no hablaba. Una sirena insoportable trajo consigo una morguera estatal. Los camilleros se encargaron de mover el cuerpo sin vida. Nosotros nos quedamos solos en el lugar, observando la superficie oscura del agua turbia. Del otro lado de la costa, la bruma jugaba con los rascacielos de la ciudad. No había escena del crimen que preservar ni elementos que recoger. Salvo un preservativo usado queya había desaparecido.

Sentado frente a la televisión, mi mente recordaba ami esposa fallecida en un robo callejero. Investigación, juicio y condena. Me dormí y soñé con Rosaura Oporto,  joven uruguaya que había venido a estudiar al país. Cursaba el segundo año de arquitectura y era retraída y esquiva a las conversaciones, según lo declarado en la comisaría por su locadora y por miembros de la universidad. Los días continuaron mientras el cielo amenazaba constantemente con una lluvia que nunca llegaba. La urbe hervía acosada por una temperatura sin precedentes. Robos a mano armada, asaltos a comercios, pillaje callejero, todo continuaba normalmente, el calor agobiante parecía no afectar el ímpetu delictivo. Los días seguían pasando y el caso de la estudiante quedó archivado en un cajón del despacho de mi superior. Hasta la prensa dejó a un lado el caso cuando se viralizó un video de la presidenta consumiendo cocaína. Terminó la semana y el mes… Me olvidé por completo del asunto. Pasó febrero y marzo. Abril. Mayo….
A mediados de julio, emponchado hasta las orejas, caminaba por la avenida Constituyentes, cuando una persona se interpuso ante mí:
---Inspector Garriga, yo vi lo sucedido aquella noche ---su voz denotaba poder.
---Háblelo con el oficial Buratti, yo sólo hice la vista gorda. Devolución de favor.
---Se equivoca ---se rió de manera pícara y prosiguió. ---Hablo de otra noche.
---¿Cómo?
---Tres años atrás.
Bajé la vista, avergonzado por mi error, y continué caminando. Nunca imaginé que habría un testigo auténtico del asesinato de mi esposa. Uno que no pudiera sobornar. Uno que me arrojaría a esta húmeda y asfixiante celda de esta asquerosa prisión.

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