Azul y Rojo - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

Azul y Rojo

Vicent Mcloud

Azul y rojo se repiten intermitentemente, reflejados sobre la superficie de un charco. El fogonazo de un flash, accionado por el disparador de una cámara fotográfica, impregna con su luminosidad instantánea y efímera la sangre que, con la ayuda de la lluvia, tiñe el asfalto.
Unos trazos de tinta discurren ordenadamente sobre una libreta, ajenos a su desgarrador contenido, portadores de un mensaje perturbador que invoca a una fuerza que se cierne sobre todo, no te equivocas, es la muerte lo que portan estas pocas palabras apuntadas con prisa y bajo la lluvia sobre un papel de poco gramaje, que permite que la presión que ejerce un bolígrafo deje pasar este mensaje que se queda grabado, invisible pero presente, sobre algunas de las hojas interiores de la libreta que sostiene el detective Andrés Sorrento.

Frías gotas de agua recorren la empapada espalda de Sorrento, que bajo la cobertura de un precario paraguas, que se bambolea con el viento, recorre sistemáticamente con la mirada el escenario del crimen, buscando alguna pista que pueda servirle de ayuda en su búsqueda. A su lado un corpulento médico forense tiene que gritar para hacerse oír por encima del ensordecedor estruendo producido por la tromba de agua que se intensifica por momentos, casi como si el agua buscase limpiar las huellas de aquel terrible suceso. Aquello no era bueno para Sorrento, que observaba como las gotas de lluvia repicaban incesantemente sobre el cadáver.

Al azul y el rojo de los coches de policía pronto se le unen el amarillo que desprenden las sirenas de las ambulancias, y las paredes de ladrillo, tan características del distrito centro de la ciudad, brillan inesperadamente con tonos dorados.

Las mojadas hojas se arrugan cuando Sorrento las aprieta con fuerza al cerrar la libreta, sus botas recorren pausadamente el lugar de los hechos, en su cabeza se barajan un buen puñado de teorías, todas ellas posibles, todas ellas descartables, todas ellas ficticias y todas ellas reales. En algunas faltan puntos clave y en otras es la imaginación lo que cuenta, en algunas quizás un criminal reciba castigo y, en todas ellas, una familia sufre con la inesperada muerte de un ser querido.

La cremallera no puede evitar anunciarse con su ruido particular cuando la bolsa para cadáveres se cierra. La acompaña el chirrido de unas gastadas ruedas que se desplazan con decisión hacia la parte trasera de una ambulancia y esta excéntrica sinfonía casi muda termina con los dos fuertes golpes de percusión que anuncian que la camilla se ha plegado para ser introducida en el vehículo.

Con los policías, el forense, el cadáver, los enfermeros, el detective y su libreta también se van el azul, el rojo y el amarillo intermitente. De nuevo en aquel lugar solo quedan los charcos, los ladrillos, el teñido asfalto ya lavado por la lluvia y por supuesto, la muerte. A ella no le interesa quién la ha invocado, solo hace su ingrato trabajo.

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