ASALTO A CASA DE LOS MORRISON - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

ASALTO A CASA DE LOS MORRISON
 
Los ladridos del perro de los Morrison me despertaron en medio de la noche. Me levanté y, sin encender ninguna luz, me moví sigilosamente hacia la ventana de mi dormitorio. Vi dos siluetas humanas, que estaban saltando la verja que separaba el jardín de los Morrison de la calle. Mientras aquello sucedía, los ladridos del perro se hacían más potentes y seguidos, aquel animal estaba
histérico ante la presencia de aquellos desconocidos.
Me puse nervioso y volví sobre mis pasos para dirigirme, en total oscuridad, hacia el salón. Cuando caminaba por el pasillo, se escuchó un golpe y cómo un cristal se debía haber hecho en mil pedazos. Me apresuré, guiado con mis manos que las deslizaba por la pared, pues no veía nada. Una vez estaba en el salón, me dirigí hacia el mueble donde sabía que estaría el teléfono y palpé, nuevamente, con las manos hasta dar con él. A tientas marqué con avidez el que creía era el número de la policía, pero erré debido a la poca luz y a mi estado. No obstante, al iluminarse la pantalla y el teclado pude, definitivamente, marcar el número correcto:
- ¡Policía, dígame!
- Soy un vecino de la calle Mirror…, - no podía continuar, tuve que hacer una pausa, pues la ansiedad me podía-
- ¡diga, señor!, he tomado nota… calle Mirror.
- ¡Perdone, estoy muy nervioso!, le decía que he podido ver a dos personas que han saltado a casa de mis vecinos, los Morrison y, posteriormente, se ha oído cómo se rompían unos cristales. Es el número 69 de la calle Mirror.
- ¡Entendido, señor!, ahora salimos para allá. ¡Manténgase en su casa, gracias!
Colgué el teléfono y volví como pude a la ventana, no se escuchaba nada ni se veía movimiento de ninguna clase, es como si allí no hubiera sucedido nada. El perro también se había callado, lo cuál era aún más extraño.
De repente se enciende una luz en la primera planta, al tiempo que se oyeron gritos aterradores que debieron despertar a todos los vecinos de la calle. Fue un instante y volvió a hacerse el más absoluto silencio. No se escuchaba nada, a pesar de mis grandes esfuerzos por centrarme en mis oídos. Toda la atención estaba en ellos, pero nada, solo la luz de la primera planta había quedado encendida.
Yo seguía a oscuras en mi dormitorio, postrado en la ventana, mirando fijamente la casa de los Morrison por si veía algo anormal, pues ya comenzaba mi mente a advertirme que lo próximo serían las bolsas con los cadáveres, arrastradas, para ser enterradas en el jardín.
Alguien camina dentro de aquella habitación iluminada, pero no acierto a reconocerle. En aquel instante, la calle casi a oscuras comienza a reflejar las luces rojas y azules de la sirena de la policía, que llegaba en silencio, solo producía destellos potentes de luz. Se bajó un policía y llamó al timbre de la vivienda. Abrió una persona, que yo no conocía.
                             


   IBADOLA

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