A PUÑALADAS - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

A PUÑALADAS

 
Lo mató primero el hambre y luego lo remató la soledad de pasar los días tumbado en la acera de La Avenida. Se consolaba contándole penas a Mauricio mientras liaba los porros con parsimonia. Eran dos náufragos y lo sabían agazapados del frío que regalaba el inviernobajo  la marquesina del autobús que paraba en
la fuente de las tortugas. Antes que Mauricio hubo un perro, “el Lucas”,  que le seguía los pasos por medio Cádiz y que cuando pedía -en una de las puertas de maderas macizas de la iglesia de San Francisco- se quedaba calladito con su cara de pena mirándolo.
  Juan “el Mantecas” fue el policía que llegó a verificar qué había pasado. Él -y no otro- quien le volteó el costado impregnándose de sangre roja, los guantes azules de plástico. – Vaya tela-dijo con gesto de resignación a su compañero de la patrulla. “Vaya tela”, dijo él también cuando se encontró un día a “Lucas” reventado por dentro después de haberlo envenenado uno de “los alemanes”, los hermanos que se disputaban con Mauricio y él, el reino de las limosnas.                                                          
Fue el alemán mayor - el de los ojos azules cielo de poniente- el que le dio estocada de castigo en el bajo vientre, partiéndole la faltriquera en dos , pariendo virutas de papeles de periódicos. En una de ellas se podían ver los ojos de la Barberá, exultante y esplendida. Ni Mauricio ,ni él, hicieron otra cosa que defenderse de los saeteadores, balanceando sus piernas y moviéndose al compás de alguna coplilla de carnavales que soniqueaba en el ambiente. Cuando lo vio tropezar se fue hasta él tan rápido que el alemán chico, también llamado “de hielo”, le claveteó pespunte de castigo en el omoplato derecho. Vio – ya en el suelo-como Mauricio se las piraba, pensando- entre volutas de sangre rosada que expelía con dificultad -que nadie era tan leal como su perro Lucas. Estaba en el Anatómico cuando el Mantecas- con su vientre prominente y el bigote de cepillo- detuvo a los alemanes, debatiendo con los demás parroquianos, sobre lo que cuelga del hambre. No les costó demasiado llevarlos a Comisaria, ni dar con sus antecedentes. En cambio sí que se lo puso difícil Mauricio que sesteaba entre la punta de San Felipe y Candelaria cambiando el turno de los policías. Estaba punteadito de cortes, machacaditas las manos. -Esto ha sido una reyerta por drogas- sentenciaron los municipales en cuanto le echaron el guante, encontrándole en la bolsa que portaba dos papelinas y una postura. No hubo más funerales  que los de las rotativas de prensa, tres breves líneas en blanco y negro para cubrirse los medios. -No lo mataron “los alemanes”- callaban en los párrafos- que lo hicimos todos a pulmón lleno, con la conciencia tranquila y la nariz apuntando al cielo. El puñal que le clavaron irá a reposar a una bolsa de pruebas. Su cuerpo a la camilla de las prácticas de Anatomía Forense, de segundo de Medicina.


Seudónimo: Beles

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