SANGRE QUE CLAMA - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

SANGRE QUE CLAMA

No pudo sospecharlo, el beso, el abrazo, aquel “ojalá disfrutes, piensa en mí” pronunciado al oído mientras él metía la maleta en el asiento trasero. La sonrisa en su rostro cuando ella se alejaba, esa
misma sonrisa que podía contemplarse pese al vidrio empañado del auto y la distancia cobrando vida hasta doblar la esquina. Cuando desapareció la figura de su esposo respiró aliviada, convencida de que todo saldría bien. 

Cuando giró hacia el hombre al que todos señalaban en la sala de espera del aeropuerto, no esperó encontrarse con aquella imagen. Los rayos del sol, que se colaban por la ventana reposaban sobre el filoso vidrio manchado de la sangre que emanaba desesperada de la mano que lo empuñaba. En el momento la cegó el destello que se debilitó hasta desaparecer por la sangre que vistió el vidrio. Un guardia de seguridad se acercó con un brazo extendido, mostrándole la palma de su mano izquierda, queriendo calmarlo, y su mano derecha apoyada en el bastón colgado en su cinturón. 


No vio al guardia, ni siquiera sintió la herida en su mano tras reventar la botella contra el espaldar de la silla, tampoco podía, ni siquiera quería, notar el asombro de todos a su alrededor. Sus ojos tenían como objetivo grabar la reacción de ella. La vio girando lentamente hacia él, observó sus cejas respondiendo impulsivamente ante el descubrimiento. Un intercambio mudo de miradas duró tres segundos antes de que el pico del vidrio manchado de sangre se uniera a su cuello dibujándole una sonrisa. En tres segundos ella aceptó su culpa, sintió vergüenza por aquello que tanto placer le había dado y que le devolvió el ímpetu de su juventud, tan viva durante tres meses para morir allí, en tres segundos. Sintió la mano que le propinó las caricias clandestinas que precedieron el orgasmo de los fines de semana, pero esta vez esa misma mano raspaba su brazo sirviendo de testigo acusador. Como las cejas, su brazo izquierdo respondió impulsivamente, como un relinchido frente a la incomodidad de una bestia que reacciona ante la amenaza de ser domada. Y otro par de ojos se unió al encuentro. Reconoció al hombre suicida que ya comenzaba a dibujarse la herida en el cuello. La sangre emanando del interior del hombre que fue su amigo le debilitó las piernas, él siempre fue así, tan valiente para jugarse la vida si de sexo se trataba, y tan cobarde para esos cuadros tóxicos de sangre y violencia.


Ella lo vio desplomarse, al que estaba a su lado, al mismo que tantas veces vio erguirse frente a ella decidido a tomarla, sabía que era la sangre. También lo vio a él desplomarse, al que estaba frente a ella. Supo que el cuerpo que caía, tal vez sin vida, ya había muerto quién sabe hace cuánto, desde el momento en que se enteró de la banalidad de ella. El guardia se acercó al cuerpo caído en el suelo, preguntándose qué habría detrás de aquel acto suicida.



Seudónimo: Gustavo María

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