“Pablo y los testigos” - I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"

“Pablo y los testigos”
SEUDÓNIMO  AMEL



      Me ha encontrado el muy cabrón.
      No sé ni cómo, pero lo ha hecho. Lo veo llegar desde la ventana, está entrando en el patio. Los chicos ya me dijeron que no diera ningún golpe con Pablo, no les hice puto caso, tampoco me comentaron las razones, ni yo les pregunté.

      El atraco prometía  mucha pana y no me lo pensé. Era una tienda de  “Compra-Venta de Oro” en un piso. El muy puta lo tenía preparado al milímetro. Nos presentamos en la oficina vestidos de popes ortodoxos, barbas perfectas, bonete homologado, recortada bajo las sotanas. Había un orondo cliente vendiendo oro, la dependienta detrás del cristal blindado, un contable en su mesa. Llegamos. A nuestra derecha una puerta blindada. Muy educados dijimos, “buenos días”. Ni nos miraron, ¡qué maleducada está la peña! Detrás de nosotros entraron dos tipos, pinta de pistoleros con espolones, llevaban maletas golosas,  abren la puerta blindada, entran y antes de cerrar, recortadas fuera, patadón de Pablo para que no se cierre la puerta, tiro al orondo con agujero sangriento en la espalda, entra, dispara, ¡joder cómo dispara!, cuatro veces, sale con oro y dinero. El hijoputa convirtió el robo en una carnicería, paredes enrojecidas, resto de sesos y pingajos de carne por todas partes, cinco fiambres. Pablo me mira, sonríe y dice, “sin testigos niño”.

     Salimos como si nada, todo tranquilo, primero al coche, luego una furgoneta, todo quemado más tarde en las afueras y el reparto… suculento.

     Le dije que era una bestia parda, y este sería mi último golpe con él. Enseguida me di cuenta de la cagada. Me contestó,” ahora no  puedes dejarlo”, “¿por qué no?” “Te mataré,  has visto el matarile y  me jode dejar testigos”. Sigue con cara gélida,  “cuando te llame, acudes o te irás para siempre niño”. “No me llames, Pablo, tengo una palabra”, “y yo una recortada del copón,” fue lo último que me dijo con una  frialdad que acojona.

     Me llamó a las dos semanas, y me negué, otro fallo más. Yo debía estar ya en Nueva Caledonia del Sur. Solo me dice, “te busco, te encuentro, no lo dudes, y para simiente de nabos  quedas niño.”

     Quise esconderme,  a la poli no podía ir, aunque no estaba dispuesto a volver con ese sanguinario hijo de puta. Pero  el cabrón me ha encontrado. Tengo que enfrentarme a él, no sé cómo, ¡joder que es un sicópata! Le oigo subir la escalera que conduce a mi cuartucho, siento su respiración, ¡se está riendo el muy puta!, ya está cerca de la puerta, se ha detenido, ¿dudará?

      Quizás pueda convencerle, o al menos  volver con él… De una patada abre la puerta con pasmosa facilidad, irrumpe en la habitación, lleva la recortada, sonríe, siempre sonríe, me dice, “eres un capullo”. Disparo mi revolver, pero antes tronó tres veces su recortada.

                                                                           

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