La mirada azul I Concurso de microrrelatos "La cruz del Negro"


La mirada azul                                   
La cuchilla paseaba por su incipiente barba. Sus ojos se reflejaron en el agua llena de espuma. Un color azul oscuro,
como las olas en plena tormenta. Cerró los ojos e intentar dejar la mente en blanco. Por última vez se miró en el espejo. Bien afeitado y dentro de poco con la corbata colgando del cuello. Una soga que mata en silencio, como él pensaba. Ya con los guantes puestos y las cordoneras de los zapatos bien anudadas salió del piso. No era gran cosa, un pequeño apartamento, viejo y con goteras que inundaban la cocina cuando llovía.
Hacía frío, el invierno ya estaba cerca. No tenía que andar demasiado para llegar a su destino, no estaba lejos y con un pequeño paseo estaría donde le requerían. Además, solo paseaba el viento por las calles empedradas. La noche ya había caído en la ciudad de Cuenca y todos dormían, menos él. En unos segundos se topó con la catedral que se elevaba hacía el cielo, ya desgastada por los años pero con su belleza intocable. Los ojos azules pasearon por toda la plaza, algún que otro gato maullaba y los murciélagos bailaban en el cielo. No pudo evitar llevarse las manos a los bolsillos en busca de algo de calor y un cigarro. Tomó una calada antes de seguir su camino. Expulsó el humo y tomó otra calada. Atrasó el paso, antes de llegar quería mentalizarse que cualquier cosa podría encontrarse. La voz de la llamada parecía asustada. Aunque creía que lo había visto todo, su trabajo le demostraba que no. Ser inspector de homicidios te abre las puertas a lo inimaginable. Por ello, al inspector Murillo le gustaba pensar antes de llegar al escenario del crimen. Le gustaba analizar la situación antes de toparse con la realidad. La calle de las angustias está poco iluminada por la noche, además que su posición tan escondida le da un aire de misterio. La llamada que había recibido antes le indicaba el final de la calle y nada más entrar en ésta iba con mucho más sigilo. Bajaba las escaleras con cuidado. Comenzaba a helar y las calles se convertían en pistas de hielo. Había una farola que se encendía de manera intermitente e irregular, Murillo identificaba eso como una señal de peligro. Posó su mano en la pistola, en situaciones similares nunca salía sin su pistola cargada. Llegaba al final de la calle. Se topó con la entrada a lo que parecía un convento, estaba vallada. Justo en el centro, una cruz deteriorada. La reconoció, era objeto de leyendas urbanas. Al final, una pequeña iglesia abandonada. Murillo no vio nada extraño en el lugar, aunque sí que causaba leves escalofríos desde su nuca hasta el resto de su cuerpo. Bajó la guardia y dispuesto a marcharse se percató de una mancha de sangre justo a sus pies. Analizó de nuevo el lugar y por fin halló una mano clavada en la cruz, una mano humana. 



Escritora frustrada

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